domingo, 10 de agosto de 2008

LA CAJA DEL TESORO

Cariño mío hace mucho tiempo que no te escribo pero es que el calor ha hecho mella en mí y me cuesta ponerme delante del ordenador y que salga algo coherente.

Papá y yo hemos estado unos días de vacaciones en Cullera nos hemos puesto muy morenitos y nos hemos relajado, hemos disfrutado uno del otro un montón.

Hoy me apetece contarte lo importante que son los recuerdos infantiles para las personas cuando nos vamos haciendo mayores.

Hace un tiempo papá me llevó a Bailén, al pueblo de su abuela Juana, cuando llegamos a la puerta de su casa me decía con un brillo especial en sus ojos: “mira Helena aquí jugaba yo de pequeño, pero no estaban estos pisos todo era campo, lo recuerdo todo mucho más grande”. Cariño mío esta sensación que sentía papá es muy normal que nos ocurra a las personas cuando volvemos a un lugar que no visitamos desde la infancia, parece que de repente todo haya encogido, nos hemos convertido en Gulliver y hemos llegado a Liluput.

Papá también me ha contado que en casa de su abuela tenía bien escondido su tesoro, en una caja de lata guardaba celosamente botones y hebillas del uniforme de su abuelo, junto a mil y una “joya” que formaban parte de sus aventuras infantiles.

Hay una historia que me encanta oír de los labios de tu padre, me gusta que me cuente el día que aprendió a leer, curiosamente no fue en la escuela, un sábado por la mañana en su cuarto descubrío a través de un cuento fabulado, donde Sherlock Holmes era un zorro, el mundo maravilloso de la lectura.

En mis recuerdos infantiles ocupa un lugar destacado mi abuelita Rosa, toda una señora a sus noventa años, que presumía de una memoria increíble y que cuando íbamos a verla siempre nos recitaba las máximas que le había enseñado su maestra en la escuela hacía ya casi un siglo. A la hora de despedirnos la abuela se metía la mano en el bolsillo de su vestido y sacaba una almendras recubiertas de azúcar blanco y me decía “niña toma” y a mi que no me gustaban en exceso le decía “ no abuela, no me apetecen” y ella un poco enojada “ que sepas que aunque sea vieja yo estoy muy limpia”; lo recuerdo como si estuviera oyéndola en estos momentos.

Otro recuerdo de mi infancia era mi pertinaz esfuerzo en defender continuamente a tu tía Cloti, seis años mayor que yo, de cualquiera que pudiera decir lo más mínimo en su contra, creo que le he hecho pasar algún mal rato y que ha aguantado estoicamente más de una metedura de pata por mi parte.

Recuerdo igualmente la relación tan especial que me unía a tu prima Clotilde me pasaba medio año esperando que viniera de Madrid y a los cinco segundos de estar juntas ya nos estábamos dando para el pelo.

Cuantos recuerdos, ¡me encantaría saber amor mío que contendrá tu caja del tesoro, cual será tu Liliput particular, que frases de tus abuelos recordarás con cariño!.



Pero también me gustaría saber que respuestas te daré cuando con la curiosidad tozuda que caracteriza a los niños quieras que te cuente como fue el día que tú naciste.
Me gustaría saber cómo te explicaré que a pesar de no haber estado en mi tripa el cordón umbilical que nos ha unido ha sido tan fuerte que ha soportado el tiempo y la distancia sirviendo para alimentarnos a las dos de amor y cariño en dosis increíbles.

Todo esto bulle en mi cabeza pero estoy tranquila porque como dice la canción:

The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

Leer más...